Hace tiempo recibí un pedido de un canotier en la tienda online de una tal Ivana. Se lo hice y lo empaqueté bonito, y eso eso es todo lo que supe de ella... hasta la semana pasada. Le mandé un mail por error y me contestó con unas fotos preciosas. Las de su boda: enfundada en plumetti, uñas granate y el canotier clavel.
Así que le escribí para que me mandara más, me contara cosas de esa boda bonita... y a poder ser, me dejara publicarlas en el blog. Ésta fue su respuesta:
"Empezaré por decirte que nunca me hizo ilusión casarme, así que cuando Pablo me lo pidió decidimos que sería una visita rápida a los juzgados. Al día siguiente empezamos con eso de: pero para una vez que lo haces... Vale, nos casaríamos con fiestón y sólo con la gente que de verdad nos importaba.
Como no queríamos gastarnos una fortuna trazamos un plan estratégico: huir de las grandes marcas y apostar por el pequeño comercio y jóvenes con mucho talento.
Nos fuimos a visitar la Rectoral de Cines y tuve clarísimo que iba a ser allí. De repente, ya sabía cómo sería mi vestido y me podía imaginar bajando aquellas escaleras del brazo de mi padre... Es un sitio precioso, con alma. Una casa acogedora y con un aura muy gallega, ideal para nuestros poco más de cien invitados.
Encargamos las invitaciones a los geniales Project Party Studio, queríamos que diseñasen para nosotros algo sencillo y con un claro toque campestre. Dieron en el clavo.
¿Mi vestido? Tras dos visitas a tiendas con trajes habituales decidí que me lo tendría que hacer. Yo, que no sé nada de telas ni de cortes, fui al taller de una diseñadora local, Silvia Cupeiro, para saber si ella podría hacer de lo que yo tenía en mente. No estaba segura de que fuese a entenderme, hasta que, una semana después, vi mi boceto (¡quería llorar!). Silvia había preparado las telas que creía que encajaban, ahí me enamoré.
Los pajes fueron nuestra hija Teodora y su primo. Estaban preciosos, idealísimos de No sin Valentina. El ramo y la corona que me puse después fueron de Madreselva, una pequeña floristería coruñesa.
Desempolvé sellos, tintas, cordeles, troqueladoras,... y me decidí a hacer el resto: el seating, los meseros, los centros de mesa, el confetti, las bolsitas... Todo personalizado con el sello de la boda, hecho con mucho amor.
Y un mes antes de la boda, el vestido me pidió a gritos un canotier. Gracias, Lucía, por hacérmelo llegar tan rápido.
Y así, sin nervios ni maratonianas jornadas de organización, llegó el día de mi cumpleaños que, no por casualidad, fue el día de la boda. Me peinó y maquilló mi peluquera de siempre, Lorena Lorenzo, con muy buen criterio. Natural, con mis eternas uñas granate y mi recogido bajo.
Nosotros vivimos varios años fuera y a muchos amigos hacía años que no los veíamos, sólo quería salir y abrazarlos. Estaba tranquila con mis solteras no comprometidas cuando vi llegar a los primeros invitados. Y rompí a llorar (y ya no pude parar hasta el día siguiente) en cuanto entré con mi padre y vi a Pablo. Al mirarnos, nos descubrimos tan felices que nos dimos un superabrazo, muy espontáneo.
Una ceremonia emocionante en la que leyó mi mejor amiga para recordarme lo que tantas veces había dicho: yo NUNCA me voy a casar. Y puedo decir que es la primera vez que estoy en una boda en la que todos los invitados lloran, de emoción, de alegría, por alguna extraña energía pero todos teníamos los ojos llenos de lágrimas.
En el cóctel previo a la cena contamos con Mr. Dixie Band, un jazz animado que consiguió que parte de los invitados empezasen ya a bailar. Elegimos para abrir el baile Love de Nat King Kole y seguimos danzando con los formidables Mas Music hasta el amanecer.
Todo salió genial y volveríamos a repetir con todos y cada uno de ellos. Ni un pero que poner. Disfrutamos tantísimo de la boda… No hace falta gastarse un dineral para que una boda salga perfecta, sólo hay que rodearse de la gente adecuada".